A la edad de 12 años tomé una de las decisiones más conscientes de mi vida, aunque sólo fui consciente de ello casi 30 años más tarde. Esta decisión consistía en aprender a comer, a alimentarme, a nutrirme. Fue un proceso lento aunque constante, pasando por empezar a comer menos carne, menos pescado, con el objetivo de eso que en aquellos años llamaban vegetariano. Fue duro, difícil, y no tanto por mí como por mi entorno. Hay que tener en cuenta que a esa edad todavía vivía con mis padres, en familia. 

Con 16 años tuve mi primera experiencia consciente de meditación, de abstracción de mi cuerpo, utilizando unas técnicas de respiración que descubrí en un libro. A partir de aquí empezó a llegar TODO a mi vida. Y cuando digo TODO, me refiero a enseñanzas divinas camufladas como experiencias muy intensas. Estaba aprendiendo a vivir.

Asumí el divorcio de mis padres, comencé a trabajar a temprana edad, y conocí la Naturopatía, la Fitoterapia, la Oligoterapia, la Iridología y la Homeopatía, eso que va más allá de la biología humana que ya conocía, para adentrarme en la parte energética de la fisiología humana. Todo esto me empujó a descubrirme a mí mismo, a seguir explorando en los hábitos alimenticios, poco a poco, sin prisa pero sin pausa.

Una vez me independicé, y aunque fue en convivencia en pareja, empecé a tomar decisiones más individuales, primero la de no comer carnes rojas ni embutidos, después el resto de carnes, y posteriormente pescados, para poco a poco irme sumergiendo en lo que llamaban entonces dieta ovolactovegetariana.

Seguía siendo difícil, y ya no le echo la culpa al entorno, pues me dí cuenta que en realidad nada fuera de mí me lo impedía. Era yo mismo mi propio censor. Decidí no comprar nada de eso que no comía, aunque sí lo hacía en bares, restaurantes, en casas de otras personas, etc. Hasta que desde una re-evolución interior, casi extremista e incluso adolescente, me planté ante ese entorno, al cual consideraba casi mi enemigo, aprendiendo a decir NO.

Mi joven paternidad a los 28 años, hizo reforzar todos estos años de lucha interna, con el entorno y sobre todo con mis miedos, para educar, de la mejor manera que pude, a mis dos grandes maestros, mis hijos, desde el respeto a la vida, a la naturaleza, al ser humano, desde una alimentación sana, saludable, ovolacteovegetariana, y con ya muchos tintes de bio y eco (términos tan de moda actualmente). Doy gracias a Dios, que mi pareja en aquellos entonces, al menos, me acompañó.

Siguieron sucediendo esas “enseñanzas divinas” disfrazadas de experiencias cada vez más duras, simplemente para dirigirme hacia lo que realmente soy, para conocerme a mí mismo, para conectar con mi esencia.

Toda mi vida, paralelamente a mi curiosidad respecto a la alimentación, y con mi más profunda admiración hacia el ser humano, hacia el funcionamiento de la mente, no dejé de estudiar Psicología. Fueron casi 26 años en los que aprendí a observar la mente de otros, aunque ¡No la mía propia!, al incesante ruido de pensamientos, a las emociones que condicionaban mis actitudes. Avancé hacia la Psicología Positiva, que por primera vez se daba un curso en la Universidad de Sevilla, a formarme en Coaching Emocional, hasta que un día apareció en mi vida el yoga y la meditación.

Y todo cambió, pues yo cambié radicalmente, de dentro a fuera, sumergió Nihal.

Desde entonces, todo aquello que se resumía en mi etiqueta de vegetariano, tomó todo el sentido, y cada vez que profundizo más en mí, desde el yoga y la meditación, mi consciencia se expande, entendiendo que Mario es Nihal, sin dejar de ser Mario.