Recordé las veces que me expuse a situaciones de riesgo y que logré salir de muchas de ellas cuando pude darle entidad al miedo y reconocerme vulnerable. Recordé también mi culpa y vergüenza por “no ser valiente”, por escuchar a mi miedo que me alertaba de ciertos peligros y dar un paso al costado de ciertas luchas y rechazar ofertas de laborales, entrevistas y otras propuestas que podrían darme “éxito” y más ingresos. En una sociedad en la que éxito es sinónimo de valentía…
Creemos que ser valiente es no tener miedo pero no es así.
Podemos no sentir miedo porque lo bloqueamos mentalmente para no “ser cobardes y débiles” o por no haber identificado los peligros.
Vale la pena contemplar cómo estamos con nuestros miedos, porque mucho de lo que llamamos valentía es un intento de escapar y huir de ellos.
En muchos casos, huimos pero no del peligro en si, sino del miedo, no soportamos sentirlo, no sabemos qué hacer con él.
Otras tantas veces, buscamos atacar a lo que nos amenaza pero para no sentir miedo. Eso es fácil de reconocer porque en lugar de contemplar el miedo y aun sintiéndolo, actuar de manera ecuánime, tomamos la ruta más fácil: la rabia.
Y la rabia se consume rápido y no la podemos sostener por mucho tiempo y si lo hacemos nos desgasta. Además todo lo que queremos hacer en la vida requiere interacción con otros y cuando lo que nos motiva es la rabia, tarde o temprano, la empezamos a dirigir hacia las otras personas. Entonces basta pegar una miradita a como estamos en las relaciones en las que nos sentimos vulnerables.
El mundo es inseguro y necesitamos valentía para vivir y la fuente de donde brota valentía es justamente: El Miedo.
Porque el miedo es señal de que algo nos puede lastimar, nos muestra que somos vulnerables.
La vulnerabilidad es una condición básica humana. Somos una de las especies más vulnerables desde lo físico ya que nuestra piel es muy delgada y casi no tenemos pelaje. Pero nuestra gran vulnerabilidad está dada por las relaciones. Somos vulnerables al rechazo, al abandono, a las etiquetas, a la crítica.
En lugar de escuchar que información tiene el miedo para darnos, lo rechazamos. Creemos que como dice el refrán, ojos que no ven corazón que no siente y es todo lo contrario.
Porque le quitamos al miedo su función de protección para entrar en un estado de alerta permanente, en el que la angustia va creciendo cada vez más con fantasías de posibles peligros futuros hasta que la ansiedad se generaliza y se vuelve permanente. Por no querer reconocer nuestra vulnerabilidad nos volvemos más vulnerables y nos paralizamos.
Este tipo de miedo es el que desde hace siglos ha sido aprovechado por algunas personas para ejercer dominio sobre otras, para levantar murallas y para justificar guerras.
Está en nosotras el impulso de poner barreras, tomar distancias, identificar diferencias. Usamos estrategias mentales para aislarnos de la situación y pensamos: “yo no soy así”,” a mí no me va a pasar eso”, “lo hago por una causa justa, tengo buenas intenciones”, todo para convencernos que no somos vulnerables. porque tenemos arraigada la creencia de que no tenemos que tener miedo y que seremos “mal vistas” si somos vulnerables.
Y esa es una gran trampa, ya que sin miedo no podemos identificar el peligro y no podremos cuidarnos ni protegernos.
Por eso hoy la invitación es a que identifiques los momentos en los que te sientes vulnerable… Te permites sentirlo? Que palabras y frases surgen cuando piensas en vulnerabilidad y miedo? Puedes recordar de quienes has escuchado esos mensajes?… Y no olvides prestar especial atención a las sensaciones de tu cuerpo físico.
El miedo, tiene la función primordial de protección, nos repliega hacia adentro para advertirnos y cuestionarnos: ¿Estoy capacitada para afrontar esto? Ante el peligro, el cuerpo instintivamente se pone a nuestro servicio para la supervivencia, por ejemplo: el ritmo cardíaco aumenta, se envía más oxígeno a los músculos para una posible lucha o huida, las pupilas se dilatan para que entre más luz, se detiene toda función que no sea esencial, como la digestión y el sistema inmunitario.
Sin embargo, a veces tenemos miedo sin que haya un peligro concreto. En el miedo psicológico, las fantasías de peligros futuros nos paralizan, nos apartan de la realidad y nos hacen estar en un permanente estado de ansiedad.
Esto no solo genera malestar físico, como taquicardias, tensiones musculares, sino que con el sistema inmunológico funcionando al mínimo somos más propensas a enfermedades, especialmente mentales como trastornos obsesivo–compulsivos y fobias.
Hay muchos tipos de miedo. Algunos son comunes, como el miedo a la enfermedad, al fracaso, al rechazo, a la soledad, al cambio, a la vejez… Otros son miedos más particulares, como el miedo a las arañas, a los espacios cerrados o a hablar en público. Algunos los adquirimos por imitación (mi madre tiene miedo a los sapos, y yo imité su miedo), otros son parte de una memoria colectiva de los clanes (miedo a la carencia o al abandono).
Es importante identificar el miedo y averiguar de dónde viene. A la mente le encanta amplificarlo todo, así que vale preguntarse:
¿A que le tengo miedo? ¿De dónde viene? ¿Hay otro miedo debajo de este miedo, y más abajo? ¿Es un miedo hacia un peligro real o imaginario? ¿Siento que vivo en un permanente estado de alerta? ¿Tiendo a sobreprotegerme? ¿En qué parte del cuerpo siento el miedo? ¿Me bloquea, me impulsa a huir o a luchar? ¿Qué me está tratando de decir este miedo? ¿Cómo quiere ayudarme?
La capacidad de conectar con nuestro miedo, reconocer que estamos sintiéndonos vulnerables y aun así seguir adelante y afrontar lo que se presenta, es una buena estrategia para desarrollar la capacidad de manejar nuestra vulnerabilidad, para conectar con la fuerza y la Valentía.
Otra de las estrategias sería, buscar apoyo y protección en otras personas en tanto vamos conectando con la fuerza sabia, confiable y protectora que habita dentro de cada una de nosotras. Cuando nos sentimos acompañadas y rodeadas por gente que nos quiere y nos apoya, la fuerza brota con más facilidad y nos sentimos valientes. Pero con el tiempo tenemos que aprender a ser nuestras propias protectoras y apoyos, nadie más puede cuidarnos como nosotras mismas.
Es una realidad que cuando vemos a alguien cercano en situación de vulnerabilidad y peligro, sale de nosotras una fuerza que ignorábamos que teníamos. Aun con miedo, resolvemos situaciones pero cuando se trata de nosotras, nos cuesta.
Pareciera que nuestra vida no vale lo suficiente como para defenderla, como para afrontar los riesgos de ir por nuestro deseo y eso tiene su raíz en la tremenda desvalorización y desconexión que tenemos con nosotras mismas.
Tener en claro: Que es realmente importante para mí? ¿Realmente vale la pena correr estos riesgos? Cuáles son los valores que voy a cuidar pase lo que pase? (Pase lo que pase no voy a tratarme de manera violenta), me ayudara a evaluar los riesgos y elegir no hacerlo para protegerme.
El reto es contactar con la vulnerabilidad pero sin un sólido sentido de responsabilidad no será nada fácil, si entendemos la responsabilidad como la capacidad de responder ante lo que se me presenta.
El valor no es la ausencia del miedo sino la conquista de éste.
Poco a poco podemos ir mirando a nuestro miedo, aceptando nuestra vulnerabilidad y haciéndonos responsables de nuestra vida. ¿Cómo? Haciendo, aun con miedo. Si, por ejemplo, te da miedo expresar tus emociones en público porque crees que te rechazarán, empieza a hacerlo ante una persona, Vos.
La próxima vez que sientas miedo párate frente a un espejo y di en voz alta: TENGO MIEDO y ME ACEPTO con esto que estoy sintiendo.
Texto de Mi Despensa de Magia