Nuestro cuerpo responde a una frecuencia como estímulo para alterar su estado emocional; podemos sentirnos mejor o peor. La terapia de sonido responde a estos conceptos.
Si nuestro cuerpo se armoniza con la sonoterapia (cuencos tibetanos, de cuarzo y alquímicos, gongs, tambores, sonajas, cantos armónicos…) por qué no hacerlo con la vibración que produce nuestra propia voz?
Nuestra alma sabe qué sonido le beneficia en cada momento y si estamos atentos y fomentamos la conexión con ella podremos descubrirla. No es necesario que el sonido que se emita sea armónico o no; simplemente no hay que enjuiciarlo.
Sólo dejarlo salir y sentir su vibración. Aunque la mente no lo entienda o no lo reconozca, no importa; será lo que nuestra alma y en consecuencia nuestro cuerpo necesita escuchar para aliviar y liberar lo que considere oportuno.